ESTO Y AQUELLO

Publié le par militante

DEL  SINDICALISMO  AL  CORPORATIVISMO

 

El sindicalismo tiene su lugar en la historia, es innegable. Pero ¿qué es hoy? Salvo minúsculas minorías que reivindican otra forma de hacerlo –minorías oriundas del antiguo anarcosindicalismo y del camaleónico trotsquismo- el sindicalismo es solamente otra función gubernamental más en los Estados contemporáneos.

 

La clase trabajadora dejó de ser revolucionaria con las guerras mundiales del siglo XX y la política impregnó tanto a las vanguardias utópicas que casi todas ellas terminaron en los sillones parlamentarios. No hay sindicalismo independiente en ningún sitio; no hay sindicalismo autónomo como el del siglo XIX o principios del siglo XX en Francia –el sindicalismo revolucionario- y, repito, las minorías radicales no tienen eco en los sectores económicamente decisivos en la riqueza de las naciones.

 

El sindicalismo sobreviviente que aún conserva rasgos radicales podrá hacer una huelga en una cadena de tiendas de mercería o en una red de liceos de Kansas pero jamás podrá paralizar un sector económicamente decisivo en la economía-mundo. Para cualquier Estado nacional –y más aún para los Estados imperiales- el sindicalismo debe estar al servicio de los intereses nacionales. De lo contrario, es mejor eliminarlo y auspiciar, con otras características, el corporativismo de los fascistas.

 

Cuando la Casa Blanca quiere negociar condiciones laborales sencillamente telefonea a la AFL-CIO si es que se acuerda algún funcionario que tal cosa existe. Pero lo más común es que se dicte una normativa legal respecto a las condiciones de trabajo que se aspira a reglamentar. Siempre en consonancia con los postulados de la O.I.T. [Organización Internacional del Trabajo], faltaba más. Porque la O.I.T. es como la FAO o la ONU: mientras más paja habla la FAO más hambre hay en el mundo y mientras más habla de paz la ONU más guerras libra sobre las antiguas colonias el sistema imperial.

 

En Venezuela, el sindicalismo adscrito a la CTV hizo causa común con la Corporación de empresarios para propiciar el golpe militar de abril de 2002 y el sabotaje petrolero de 2002-2003. Este tipo de sindicalismo aprendió a presionar por arriba al gobierno de turno y las “conquistas” no fueron conquistadas sino que fueron migajas donadas por esos mismos gobiernos. Ese comportamiento es común al sindicalismo mundial durante y después de la Guerra Fría. Cuando el señor Zapatero debe resolver un contencioso con la masa asalariada y jubilada de su reino, llama a los jefes de las centrales sindicales mayoritarias y les dicta la cartilla añadiendo que la “conquista” deparará a los jefes sindicales –a todos los niveles- tales y cuales ganancias. Esta dinámica se cumple por doquier.

 

La práctica del sindicalismo acarrea, sin embargo, en algunos lugares la pena de muerte –como en Colombia-; en otros, se vincula directamente la huelga a los intereses de la economía vernácula o huelgas menores son simplemente estimuladas por la competencia entre empresarios por el monopolio del sector. El sindicalismo está tan corrompido que ya ni la Mafia siciliana se interesa por él.

 

Salvo en muchas zonas del Tercer Mundo donde el negocio sindical también consiste en vender empleos y cobrar anticipos por ellos. Eso se da especialmente en los sectores donde se alquila mano de obra temporaria como en la industria petrolera.

 

Las legislaciones sindicales hacen las veces en muchos sitios de mamparas que la O.I.T. usa para acreditarles categoría de libertad sindical. Pero la legislación sindical se burla o se tuerce a través de los tribunales laborales –tan corruptos como los tribunales penales- y de los mecanismos de los ministerios del trabajo respectivo. Con el auge planetario del neoliberalismo la legislación sindical deviene en letra muerta; realmente el neoliberalismo ha usado la fuerza bruta para imponerse.

 

El sindicalismo ya es un corporativismo en todas partes. Funciona en alianza con los empresarios y con los gobiernos; la aristocracia obrera sirve de tapón a las aspiraciones reivindicativas de los sectores más rezagados de la clase trabajadora. Las transnacionales burlan en sus sedes a los trabajadores amenazándoles con trasladar sus plantas a zonas geográficas donde los salarios son más bajos. Si los trabajadores quieren conservar su empleo deben incrementar “voluntariamente” la jornada de trabajo. En suma, el sindicalismo en esta época nada tiene que ver con el del siglo pasado.

 

Los burócratas sindicales se han enriquecido por doquier y su función es muy bien remunerada. Para el funcionamiento del sistema las burocracias sindicales son tan necesarias como los maderos y la policía de fronteras. En el proceso venezolano esto no será distinto –aunque todavía los trotskos conservan bastiones inexpugnables; aunque no creo que eso dure mucho tiempo.-

 

La clase obrera histórica se refleja hoy en los países ricos en las comunidades de inmigrantes –clandestinos o no, pero más entre los “sin papeles”. Y, en la periferia, en los trabajadores que abrazan proyectos antiimperialistas donde, la mayor parte de las veces, son simples ejecutores y, en vez de cumplir a pie juntillas las instrucciones superiores se dedican sin bombos y sin platillos al sabotaje informal. El proletariado de nuestro siglo es el lumpen. Lumpen en el Norte y lumpen en el Sur. Pero a éste el sistema no le aplica el derecho laboral sino el derecho penal. En el fondo, la lucha de clases nunca ha sido por abolir exclusivamente la explotación del trabajo asalariado aliviándolo, haciéndolo más llevadero, sino en abolir la escisión entre dirigentes y ejecutantes en cualquier actividad, más jodida y más invisible.-

 

Floreal Castilla.-

Venezuela, 10 de Abril de 2007.-

 

 

Publié dans iniciativa-comunista

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